martes, 17 de septiembre de 2013

La Fuerza Creativa… El Río de La Mujer Salvaje.

La Fuerza Creativa… El Río de La Mujer Salvaje.

 La creatividad cambia de forma. En determinado momento tiene una forma y al siguiente tiene otra. Es como un espíritu deslumbrador que se nos aparece a todos, pero que no se puede describir, pues nadie se pone de acuerdo acerca de lo que ha visto en medio de aquel brillante resplandor. ¿Son el manejo de los pigmentos y los lienzos o los desconchados de la pintura y el papel de la pared unas pruebas de su existencia? ¿Qué tal el papel y la pluma, los macizos de flores que bordean la calzada del jardín o la construcción de una universidad? Sí, por supuesto. ¿Planchar bien un cuello de camisa, organizar una revolución?. ¿Tocar amorosamente las hojas de una planta, concertar el “acuerdo de tu vida”, cerrar el telar, encontrar la propia voz, amar bien a alguien?. ¿Sostener en brazos el cálido cuerpo de un recién nacido, educar a un niño hasta la edad adulta, ayudar a una nación a levantarse? También. ¿Cuidar el matrimonio como el vergel que efectivamente es, excavar en busca del oro de la psique, encontrar una palabra hermosa, confeccionar una cortina de color azul? Todo eso es fruto de la vida creativa. Todas estas cosas pertenecen a la Mujer Salvaje, al Río Bajo el Río que fluye incesantemente hacia nuestra Vida. Algunos dicen que la vida creativa está en las ideas y otros dicen que está en las obras. En la mayoría de los casos da la impresión de encontrarse en un ser sencillo. No es la virtud, aunque eso está muy bien, Es el amor, es amar algo —tanto si es una persona como si es una palabra, una imagen, una idea, la tierra o la humanidad— hasta el extremo de que todo lo que se pueda hacer con lo sobrante sea una creación. No es cuestión de querer, no es un acto individual de voluntad; es simplemente algo que se tiene que hacer.
                                                             
 La fuerza creativa discurre por el terreno de nuestra psique buscando los huecos naturales, los arroyos que existen en nosotras. Nosotras nos convertimos en sus tributarios, en sus cuencas; somos sus estanques, sus charcos, sus corrientes y sus santuarios. La fuerza creativa salvaje discurre por los techos que tengamos, por los innatos y por los que nosotras cavamos con nuestras propias manos. No tenemos que llenarlos, sólo tenemos que construirlos.
 En la tradición arquetípica se tiene la idea de que si alguien prepara un lugar psíquico especial, el ser, la fuerza creativa, la fuente del alma se enterará, se abrirá camino hacia él y establecerá en él su morada. Tanto si esta fuerza es convocada por el bíblico “sigue adelante y prepara un lugar para el alma” como si lo es por una voz que, como en la película Field of Dreams  en la que un campesino oye una voz que lo insta a construir un campo de golf para los espíritus de los jugadores difuntos, le dice: “Si lo construyes, ellos vendrán”, el hecho de preparar un lugar adecuado propicia la venida de la gran fuerza creativa.
En cuanto este gran río subterráneo encuentra sus estuarios y sus brazos en nuestra psique, nuestra vida creativa se llena y se vacía, sube y baja en las distintas estaciones exactamente igual que un río salvaje. Estos ciclos dan lugar a que las cosas se hagan, se alimenten, decaigan y mueran a su debido tiempo, una y otra vez.
 La creación de algo en un punto determinado del río alimenta a los que se acercan a él, a las criaturas que se encuentran corriente abajo y a las del fondo. La creatividad no es un movimiento solitario. En eso estriba su poder. Cualquier cosa que toque, quienquiera que la oiga, la vea o la perciba, lo sabe y se alimenta. Es por eso por lo que la contemplación de la palabra, la imagen o la idea creativa de otra persona nos llena y nos inspira en nuestra propia labor creativa. Un solo acto creativo tiene el poder de alimentar a todo un continente. Un acto creativo puede hacer que un torrente traspase la piedra.
 Por esta razón, la capacidad creativa de una mujer es su cualidad más valiosa, pues se ve por fuera y la alimenta por dentro a todos los niveles: psíquico, espiritual, mental, emotivo y económico La naturaleza salvaje derrama incesantes posibilidades, actúa a modo de canal del parto, confiere fuerza, apaga la sed, sacia nuestra hambre de la profunda vida salvaje. En una situación ideal, el río creativo ningún dique y ningún desvío y, sobre todo, no se utiliza indebidamente.
 El río de la Mujer Salvaje nos alimenta y nos convierte en unos seres que son como ella: dadores de vida. Mientras nosotras creamos, este ser salvaje y misterioso nos crea a su vez y nos llena de amor. Somos llamadas a la vida de la misma manera que las criaturas lo son por el sol y el agua. Estamos tan vivas que damos vida a nuestra vez; estallamos, florecemos, nos dividimos y multiplicamos, fecundamos, incubamos, transmitimos, ofrecemos.
 Está claro que la creatividad emana de algo que se levanta, rueda, avanza impetuosamente y se derrama en nosotras, no de algo que permanece inmóvil esperando —aunque sea de manera tortuosa e indirecta— que nosotras encontremos el camino que conduce hacia él. En este sentido jamás podemos “perder” nuestra creatividad. Está siempre ahí, llenándonos o chocando con cualquier obstáculo que se interponga en su camino. Si no encuentra ninguna salida para llegar hasta nosotras, retrocede, hace acopio de energía y embiste con fuerza hasta que consigue abrir una brecha. La única manera de evitar su insistente energía consiste en levantar constantes barreras contra ella o dejar que la negligencia y el negativismo destructivo la envenenen.
 Si buscamos con ansia la energía creativa; si tenemos problemas con el dominio de la fertilidad, la imaginación y la ideación; si tenemos dificultades para centrarnos en nuestra visión personal, actuar en consecuencia o llevarla a su cumplimiento, significa que algo ha fallado en la confluencia entre las fuentes y el afluente. A lo mejor, nuestras aguas creativas discurren a través de un ambiente contaminado en el que las formas de vida de la imaginación mueren antes de alcanzar la madurez. Con harta frecuencia, cuando una mujer se ve despojada de su vida creativa, todas estas circunstancias se encuentran en la raíz de la situación.
 Hay también otras posibilidades más insidiosas. A lo mejor, una mujer admira tanto las cualidades de otra y/o los aparentes beneficios adquiridos o recibidos por otra que se convierte en una experta en el arte de la imitación y se conforma tristemente con ser una mediocre copia en lugar de desarrollar las propias cualidades hasta sus más absolutas y sorprendentes profundidades. A lo mejor, la mujer está atrapada en una adoración o una hiperfascinación por sus heroínas y no sabe cómo socavar sus inimitables dones. A lo mejor, tiene miedo porque las aguas son muy profundas, la noche es oscura y el camino es muy largo; justo las condiciones necesarias para el desarrollo de las varias y originales cualidades propias.
 Puesto que la Mujer Salvaje se encuentra en el Río Bajo el Río, cuando fluye hacia nosotras, nosotras también fluimos. Si la abertura que va de ella a nosotras está bloqueada, nosotras también nos bloqueamos. Si sus corrientes están envenenadas por culpa de nuestros complejos negativos interiores, del ambiente o de las personas que nos rodean, los delicados procesos que configuran nuestras ideas también se contaminan. Y entonces somos como un río moribundo, lo cual no se puede pasar por alto, pues la pérdida de una clara corriente creativa constituye una crisis psicológica y espiritual.
 Cuando un río está contaminado, todo empieza a morirse porque, tal como sabemos por la biología medioambiental, cada forma de vida depende de todas las demás. Si, en un río de verdad, la juncia de la orilla adquiere una coloración marrón debido a la falta de oxígeno, los pólenes no encuentran nada lo suficientemente vigoroso para que se pueda fecundar, el llantén cae sin dejar entre sus raíces el menor espacio para los nenúfares, a los sauces no les crecen amentos, los tritones no encuentran pareja y las efímeras no se reproducen.
 Por eso los peces no brincan fuera del agua, los pájaros no se zambullen y los lobos y otras criaturas que se acercan al río para refrescarse se van a otro sitio o se mueren por haber bebido agua corrompida o haber devorado una presa que a su vez se había alimentado con las moribundas plantas de la orilla.
 Cuando la creatividad se queda estancada de alguna manera, el resultado siempre es el mismo: ausencia de frescor, debilitamiento de la fertilidad, imposibilidad de que las formas inferiores de vida vivan en los intersticios de las formas de vida superiores, imposibilidad de producir una idea en contraposición a otra, de incubar, de engendrar nueva vida. Entonces nos sentimos enfermas y queremos seguir adelante. Vagamos sin rumbo fingiendo que nos las podemos arreglar sin la lujuriante vida creativa o bien simulándola; pero no podemos y no debemos. Para que regrese la vida creativa, hay que limpiar y clarificar las aguas. Tenemos que adentrarnos en el fango, purificar los elementos contaminados, abrir de nuevo las aberturas, proteger la corriente de futuros daños.
Clarissa Pínkola.- “Mujeres que corren con lobos”

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