El
Sabbath de las mujeres: Celebrando el poder de la menstruación
por Lara Owen
Solía pensar que mis períodos eran
una molestia, una sucia intrusión que incrementaba la lavandería y causaba un
montón de síntomas desagradables incluyendo cansancio y dolor debilitante. La
menstruación interfería con mi vida sexual, mis actividades atléticas y mi
nivel de energía. Causaba cambios erráticos de temperamento, irritabilidad y un
mal humor destructivo e imparable. Además, costaba dinero - en toallas y
tampones para absorber la sangre, en ropas arruinadas, en tiempo perdido en el
trabajo. Era un saboteador ruin y solapado que siempre llegaba en el momento
más inoportuno.
A pesar de esta prédica de
aflicción, no estaba totalmente en su contra. Cuando mi período llegaba, había
siempre una parte de mí que se sentía complacida. Significaba que estaba
saludable y fértil y que todo estaba funcionando apropiadamente. Sangrar me
producía cierto orgullo que sentí intensamente durante mi primer período, pero
ante la ausencia de cualquier aprobación externa, aquel sentimiento placentero
desapareció gradualmente.
Una amiga judía me contó que cuando
tuvo su primer período su madre la abofeteó. Con asombro ella reclamó:
"¿Por qué hiciste eso?" Su madre respondió: "No lo sé, mi madre
hizo lo mismo, es la tradición."Recibir una bofetada cuando una se vuelve
mujer -ése es un punto interesante acerca de cómo es vista la naturaleza
femenina. Tal vez se trate de un intento por eliminar el sentimiento de orgullo
que llega con la primera sangre.
Algo más acabó por quitarme el
sentimiento de orgullo y creo que fue la ausencia de ceremonia. Sentía
internamente que algo verdaderamente asombroso y mágico estaba ocurriendo, y
sin embargo todos a mi alrededor lo trataban como algo trivial. Tenía una
sensación de logro, con tintes de excitación, curiosidad y pena.
También recuerdo una vaga
conciencia de un futuro vasto y desconocido. Intuitivamente sabía que era un
acontecimiento muy importante en mi vida -y no obstante nadie dijo nada al
respecto, excepto para darme algunas toallas sanitarias. Creo que mi madre se sintió
complacida -después de todo, significaba que estaba sana y creciendo
normalmente- pero yo necesitaba más que eso. Necesitaba una ceremonia, una
fiesta, algún gozoso reconocimiento público de este gran evento en mi
desarrollo. Pero nada sucedió.
Conforme pasaban los meses sentía
cada vez más la vergüenza y cada vez menos la excitación y el orgullo que
habían brillado momentáneamente con la primera sangre.
En casa, mis períodos eran algo que
debía mantenerse oculto de mi padre y mis hermanos. Si tenía que mencionarlo,
hablaba en voz baja y preferiblemente con mi madre a solas. Poco después de
iniciados mis períodos, durante un viaje familiar, tuve que pedirle a mi padre
que detuviera el auto pues necesitaba ir a la farmacia. Por supuesto que quiso
saber qué necesitaba comprar.
Recuerdo un sentimiento horrible
cuando le dije que necesitaba comprar toallas sanitarias. Era una peculiar
mezcla de vergüenza, orgullo y pena absoluta. Él se portó muy bien al respecto,
según recuerdo, y nunca dijo nada que me hiciese sentir avergonzada. Pero de
alguna manera esa vergüenza siempre estaba en el fondo de mis pensamientos, y
afectó toda mi relación con el mundo externo.
En la escuela, la menstruación era
algo que no debía ser mencionado sino en clase de biología. Toda la información
que recibí acerca de la menstruación era puramente física. Había período porque
no había embarazo, y el flujo menstrual era simplemente el revestimiento
descartado que el útero producía para un posible feto. Mis amigas y yo lo
discutíamos y, en ausencia de mayor información, decidimos que el cuerpo
femenino estaba pobremente evolucionado -toda esa sangre y ese escándalo por
años y años, cuando sólo necesitabas tenerlo una o dos veces para tener niños.
La imagen que la sociedad me dio a
través de la publicidad era confusa. Los anuncios de tampones mostraban ágiles
chicas en bikinis corriendo alegremente hacia el mar y muchachas en ajustados
tejanos blancos saltando a caballo. Esto no correspondía para nada con mi
experiencia de letargos y cólicos, y sabía que ninguna mujer en su sano juicio
confiaría tanto en un tampón como para salir a pasear en pantalones blancos.
¡Bah! Seguramente fueron hombres quienes escribieron esos anuncios.
Aún así yo sentía que debía ser
como las muchachas de los anuncios de Tampax y que algo malo había en la manera
en que mi cuerpo y mente se comportaban -que una muchacha normal no debería
sentir diferencia alguna durante su período, y que no había nada que a ella le
gustara más que subirse a un caballo y galopar hacia alguna aventura mientras
ese bonito tampón le permitía olvidar que estaba menstruando. La vergonzosa
realidad era que yo ni siquiera podía introducirme un tampón. No solamente no
encajaba en el estereotipo, sino que además estaba mal armada. Me
sentídecididamente inadecuada hasta que finalmente lo logré. Entonces comenzó
el proceso de imaginarme que yo no estaba menstruando en absoluto.
Consideraba
a mis períodos como una inconveniencia y eso era todo. Si eran dolorosos,
tomaba un calmante - se llamaba "Feminax" y contenía una poderosa
mezcla de ingredientes diseñados para acabar con cada uno de los síntomas de la
menstruación, incluso cafeína para menguar la depresión y el letargo. En época
de exámenes escolares, conseguía medicamentos para retrasar mi período hasta
días más convenientes, cuando el furor de las hormonas pudiera asaltar el lado
izquierdo de mi cerebro sin afectar mi futuro académico. Nunca me mencionaron
nada acerca de las ventajas de experimentar un estado de conciencia diferente
una vez al mes, porque nadie sabía nada.
A los 18 años comencé a tomar la
píldora y al principio me complació que mis períodos se aligeraran y se
volvieran tan predecibles. Me tomó varios años darme cuenta realmente de que la
razón para la ligereza de mis períodos era que se trataba de períodos falsos.
Noté que me volvía cada vez más sensible y enojada durante mis supuestas
menstruaciones, así que decidí suspender la píldora. Después de un par de meses
me sentí "yo misma" otra vez y me di cuenta de que, a pesar de lo
conveniente que resultaba la píldora, en realidad me había sentido traicionada
con esos períodos ligeros. Ahí fue cuando comencé a darme cuenta de que
menstruar era una parte importante de mi vida, un ritmo del cual dependía para
mi salud psíquica y física, y que ignoré o suprimí bajo mi propio riesgo.
En otras culturas, en vez de ser
ignorada, la menstruación ha sido considerada (y en algunos casos aún lo es)
como un tiempo especial y sagrado para las mujeres. La abundancia de símbolos
relativos a la mujer encontrados en excavaciones en lugares antiguos de Europa
y el Cercano Oriente sugiere de manera enfática que dichas culturas eran matrifocales
y reverenciaban a la Diosa y a los procesos del cuerpo femenino.
Las prácticas rituales estaban
ligadas al sangrado mensual de las mujeres y la sangre menstrual era altamente
valorada como poseedora de poderes mágicos. La palabra ritual viene de
"rtu", que significa menstruo en sánscrito. En la época anterior al
sacrificio de seres vivos, la sangre menstrual se ofrecía en ceremonias. La
sangre menstrual era sagrada para los Celtas, los antiguos Egipcios, los Maorí,
los primeros Taoístas, los Tantristas y los Gnósticos.
Los Nativos Americanos comprendían
muy bien los diferentes sentimientos que las mujeres experimentan cuando menstrúan
y para ellos estos sentimientos formaban parte de algo muy importante en los
ciclos del cuerpo femenino. Las mujeres se retiraban a un recinto especial a
pasar su sangrado. Se le consideraba ser el tiempo en que una mujer se
encontraba en el nivel más alto de su poder espiritual, durante lo cual la
actividad más apropiada era descansar y acumular sabiduría.
La tribu Yurok del norte de
California poseía una cultura espiritual muy desarrollada basada en el ritmo
del ciclo menstrual para las prácticas rituales no sólo de las mujeres sino
también de los hombres. Las mujeres acostumbraban retirarse "en masa"
durante la luna nueva por un período de diez días. Durante ese tiempo los
hombres se concentraban en el "desarrollo interno", en ceremonias y
meditación. Mientras los adultos estaban ocupados acumulando poder espiritual,
los niños eran cuidados por los ancianos de la tribu. Todo el trabajo que los
adultos tenían que hacer se concentraba en los otros días del mes.
Cuando los hombres blancos entraron
en escena, "el mundo se paró de cabeza". Las actitudes hacia la
menstruación cambiaron y las muchachas fueron adoctrinadas por sacerdotes en
vez de las ancianas de la tribu. En vez de enseñárseles que una vez al mes sus
cuerpos se volvían sacros, se les enseñó que se volvían inmundos. En vez de
retirarse a un recinto a meditar, orar y celebrar, se les enseñó que estaban
enfermas.
En 1986 conocí a un maestro de las
tradiciones Nativo Americanas. Me enseñó que una mujer menstruando tiene el
potencial de ser más poderosa física y espiritualmente que cualquier hombre o
mujer en cualquier otro momento. Aquello volteó de cabeza mis condicionadas
representaciones de la realidad. Yo siempre había experimentado mi menstruación
como un período de debilidad y dificultad. ¿De qué podría estar hablando aquel
hombre?
Me indicó que cavara un hoyo en la
tierra y que le hablara al hoyo de mis pensamientos negativos sobre la
femineidad y el sangrado. Dijo que la tierra transformaría la energía negativa
que yo sostenía alrededor de mi naturaleza femenina. Me sentí bastante tonta,
pero de todos modos lo hice y me sorprendió descubrir cuántos malos
sentimientos acerca del ser mujer acechaban dentro de mi mente feminista
altamente educada. Este ejercicio fue doloroso pero muy eficaz.
Comencé a ver mi sangre con
reverencia más que con miedo, disgusto o indiferencia. Para ese entonces ya no
usaba tampones, así que comencé a mirar mi sangre apropiadamente cada mes, en
lugar de verla en un desagradable tampón. Vi que era clara y roja, y algunas
veces más oscura y con coágulos. Si en verdad liberaba mi visión, entonces podía
ver que estaba llena de vida, llena de magia, llena de potencial. Comencé a
sentir gozo al pensar en mi sangre, en ser mujer, al pensar que después de todo
había algo extraordinariamente mágico y misterioso en habitar un cuerpo
femenino. El resentimiento que había sentido durante mi adolescencia por haber
nacido mujer y la convicción de que los muchachos eran mejores, palidecieron y
fueron reemplazados por una creciente sensación de maravilla frente a las
complejidades, posibilidades y profundidades ofrecidas por el ciclo mensual.
Comencé a tomarme tiempo para
descansar, meditar y simplemente estar conmigo durante los días de mi período.
Me di cuenta de que entonces era particularmente capaz de reflexionar, y que
dichas reflexiones eran de una naturaleza sin tiempo. Sentí que me estaba
conectando con alguna antigua y vasta fuente de sabiduría femenina, simplemente
con sentarme quieta y escuchar mientras sangraba. Tomarme ese tiempo durante
mis menstruaciones creó una relación muy diferente con mi cuerpo. Mi salud
mejoró y poco a poco los cólicos que había sufrido durante la mayor parte de mi
vida se mitigaron, y mi período se volvió un tiempo de placer más que de dolor.
Estaba comenzando a quererme a mí
misma verdaderamente. Por supuesto que uno no puede obligarse a hacer esto, del
mismo modo que uno no "hace" que otra persona lo quiera a uno.
Comenzó a suceder de manera muy gradual, y mucha gente que se atravesó en mi
vida me ayudó a ver con más claridad. Pero lo importante al principio fue el
conocimiento de que la menstruación es una fuente de poder. Esta invalorable
pieza de información, junto con el fuerte instinto que tenía acerca del poder
del útero, transformaron mi profunda y en su mayor parte inconsciente falta de
auto respeto.
Pensar en la menstruación como una
fuente de poder para las mujeres iba completamente en contra de mi
condicionamiento, y sin embargo sabía en mi corazón que era verdad. Me di
cuenta de que había muchísima energía en la dicotomía entre lo que nos enseña
nuestra cultura y mi reacción instintiva de "¡Claro que sí!" a esta
sabiduría ancestral. Cuando se localizan los puntos donde la cultura se separa de
una verdad natural, se habrá encontrado una llave, un pasaje hacia las
enfermedades de dicha cultura. Comencé a entender que la hendidura entre la
sabiduría y el poder de la menstruación que yo estaba percibiendo y las
actitudes de la sociedad moderna con respecto al útero, se situaba en el
corazón de la subyugación y la negación de la realidad y la experiencia
femeninas.
Para muchas mujeres, la raíz de su
infelicidad yace en la dolorosa relación con los procesos de ser mujer. Las
mujeres son entrenadas para esconder a cualquier costo el hecho de que
menstrúan. Las manchas de sangre en la ropa constituyen una horrible vergüenza.
Nadie dice nunca: "No quiero ir a trabajar o a la fiesta porque estoy
menstruando", a menos de que se sienta enferma por ello y en ese caso por
lo general dirá que tiene dolor de cabeza o un problema digestivo.
Cuando el útero y la menstruación
son vistos únicamente como una incómoda necesidad biológica, la autoestima de
las mujeres es correspondientemente baja. Nosotros somos nuestros cuerpos, y no
podemos realmente amarnos en lo profundo de nuestros corazones si no amamos
nuestros cuerpos sinceramente. Y no amas tu cuerpo si te sorprendes diciendo
"¡Oh, no! ¡Me bajó la regla!"
En el siglo XIX, la menstruación
era vista por los médicos como un signo más de la inferioridad y debilidad de
las mujeres. Sin embargo, por lo general hay al menos un chispazo de verdad en
cualquier ideología, y los médicos de la era Victoriana no estaban
completamente equivocados cuando señalaban la importancia de la menstruación
con respecto a la salud general de las mujeres, de la relación entre útero y
psique, o de la cordura de descansar durante los períodos. Hemos tendido a
rechazar todo esto porque nos recuerda el tiempo en que las vidas de las
mujeres estaban más controladas por los hombres, y porque revive los viejos
argumentos que mantuvieron a las mujeres atadas a la casa y sin ingerencia en
el mundo exterior.
También hemos rechazado con bastante razón la idea de que
los procesos naturales de ser mujer constituyen una enfermedad. Pero decir que
algo no es una enfermedad e ignorarlo por completo no necesariamente son la
misma cosa. Al ignorar la menstruación como reacción a las ideas de la era
Victoriana, quizás hemos perdido contacto con un persistente hilo de conciencia
de su valor en la vida de las mujeres.
Los cambios que han tenido lugar en
la vida de las mujeres durante los últimos treinta años podrían parecer una
revolución, pero en muchos casos han sido más bien una asimilación. Las mujeres
que buscan poder en un mundo masculino han tenido la tendencia de hacerlo
convirtiéndose en pseudo-hombres. Y quizás inadvertidamente el feminismo ha
desempeñado un papel en la supresión de la menstruación. Uno de los miedos más
grandes que he encontrado en mujeres exitosas y ambiciosas cuando hablo de las
ideas antiguas del poder de la menstruación, es que esto afecte de algún modo
su mito de ser "tan buenas como los hombres y a veces mejores".
Muchas mujeres no quieren
profundizar en el tema de la menstruación, asustadas de lo que pudieran
descubrir. Les parece mejor suprimir sus sentimientos con tranquilizantes,
rociarse con desodorantes vaginales para disfrazar el olor de la sangre,
anestesiar su dolor con químicos, y absorber su sangre con tampones de modo que
no tengan que verla. Es más fácil ser una mujer exitosa en un mundo de hombres
si apenas reconoces que menstrúas.
La tecnología de la supresión
-tampones, desodorantes vaginales, calmantes sofisticados y drogas
antidepresivas- ha actuado junto con el mito de la supermujer para crear una
actitud cultural predominante de que una mujer menstruando no es diferente de
la que no menstrúa. El problema con todo esto es que simplemente no es verdad.
Cualquier mujer remotamente en contacto con su cuerpo sabe que cuando está
menstruando, y por lo general días antes, se siente distinta. Y éste es un
hecho de la naturaleza que no puede ser negado.
Uno de los aspectos de la
menstruación que ahora amo y aprecio es la predecible imposibilidad de
predecirla. Una nunca sabe cuándo vendrá exactamente y algunas veces te toma
completamente por sorpresa. Y no sólo no toma en cuenta los horarios sino que
además es un lío. Tratamos tanto de ordenar y hacer sanitaria la vida moderna
que corremos el riesgo de que no quede vida en nosotros. Las menstruaciones nos
salvan de ese destino -son un aspecto salvaje y primitivo, crudo e instintivo,
sangriento y eterno de lo femenino- y ninguna cantidad de
"civilización" cambiará eso. Mi período es un acontecimiento mensual
en mi vida que tengo en común con todas las mujeres que han vivido. Las mujeres
que vivían en cuevas hace 20,000 años, las sacerdotisas en las pirámides del
antiguo Egipto, las videntes de los templos de Sumeria: todas ellas sangraban
con la Luna. La primera mujer que produjo el fuego pudo haber estado menstruando
en esa ocasión. Eso es algo en qué pensar.
Si la menstruación es un tiempo
altamente creativo para las mujeres en el aspecto psíquico y espiritual, quién
sabe cuántos regalos habrá recibido la humanidad de las mujeres durante sus
períodos. El valor que asignamos a la menstruación tiene correlación directa
con el valor que nos asignamos como mujeres. Y esto afecta a los hombres
también. Pensamos que los sexos están separados, y de algún modo así es. Pero
por otro lado todos somos parte de la misma gran sopa humana, y el modo en que
las mujeres se ven a sí mismas y son vistas afecta también a los hombres.
Tal pareciera en la superficie que
los hombres han tenido la ventaja durante los pasados varios miles de años,
pero eso es verdad sólo desde cierta perspectiva. Tanto hombres como mujeres
han sacado provecho y han sufrido por los desequilibrios de la sociedad
patriarcal. También los hombres han sido separados de sus cuerpos y de sus
sentimientos, y del placer y curación que son posibles cuando se dan relaciones
basadas en la cooperación más que en la jerarquía y la dominación.
Imagina un mundo en el que hombres
y mujeres trabajen juntos para desarrollar el sentido de paz interna que se
produce al sentarse quieto un par de días al mes; un mundo en el que los
hombres apoyen a las mujeres para que pasen algunos días en calma y silencio;
un mundo en el que la sangre menstrual sea otra vez un fluido mágico con el
poder de nutrir la vida nueva; un mundo en el que la menstruación sea entendida
como el Sabbath de las mujeres -un espacio natural dentro de un ciclo lunar
para el retiro, la introversión y el trabajo interno; un mundo del cual las
mujeres emerjan como la misma luna nueva, renovadas y mudadas de la vieja piel.
Hace algunos años tuve la
oportunidad de pasar largas temporadas solas en un lugar hermoso en las Sierras
a orillas del Lago Tahoe, un lugar vasto y azul sagrado para los indios.
Comencé a retirarme por completo cuando tenía mi período, quedándome quiera y
sola, sentada en la tierra bajo el sol, con lagartijas y grajos azules como
compañía, con el viento y la luna y el sol, las ondas y los colores de la
superficie del lago guiándome y entreteniéndome.
Viajaba dentro de mi psique y me
encontraba repentinamente llorando por algo olvidado hace mucho, algún suceso
de mi niñez o adolescencia. Mi período se volvió un tiempo en el que era
particularmente capaz de abrirme al material psicológico y a soltar emociones.
Noté que después de los primeros días de sangrado, me quedaba muy quieta y
callada durante aproximadamente un día, y aparentemente no sucedía nada - un
espacio vacío después del llanto y los recuerdos. Luego, conforme mi período
terminaba, había varias horas de claridad en las que era particularmente
creativa y abierta a información acerca del futuro -por lo general del mes
siguiente, pero a veces más adelante aún.
Este patrón continúa, aunque
usualmente es menos intenso hoy en día. Gran parte de los embrollos
psicológicos que guardaba profundamente han sido soltados -probablemente tanto
como mi psique quiere hacerse cargo en esta etapa de mi vida. Ahora me siento
más actualizada conmigo misma, así que hay menos cosas que soltar, por lo
general son simplemente cosas a las que me he aferrado durante el último mes.
Todavía lucho con el tiempo vacío y a menudo comienzo a hacer cosas, imaginando
que no está sucediendo nada internamente, sintiendo que sería mejor regresar a
mis actividades en el mundo externo. Con frecuencia esto tiene repercusiones y
encuentro que logro muy poco y gasto mucha energía.
Es difícil sentarse quieta cuando
no surge nada en qué trabajar, me es difícil honrar ese vacío aunque sé que
precede a la creatividad, la inspiración y la percepción interna. Todo es parte
del proceso, pero se trata de una parte sin dramatismo y aún tengo la tendencia
de tratarlo sin miramientos.
No suelo practicar la meditación
todos los días. Prefiero ajustar mi tiempo de contemplación a mis propios
impulsos. Cuando tengo mi período, a menudo entro en un espacio callado,
solitario y meditativo durante tres o cuatro días, y luego mucho menos frecuentemente
el resto del mes. Siento esto como un ritmo muy natural para mí, y es por eso
que considero el tiempo de sangrado como el Sabbath de las mujeres.